¿Beethoven escribió la peor obra de la historia?
Beethoven abre muchas puertas, así que, por más que intente hacer un camino recto desde la primera hasta la última sinfonía, siempre me tiento con algún desvío. Esta vez creo que vale la pena.
Hoy tendríamos que hablar de la Séptima Sinfonía (en la mayor, op. 92), pero ¿no están cansados de la genialidad de Beethoven? ¿hace todo bien? Es verdad que no es tan genial en su vida personal: es bastante tosco, no sabe relacionarse con la gente, mucho menos puede establecer una relación madura y estable con una mujer, no se baña muy seguido, se corta la cara al afeitarse, la policía lo confunde con un vagabundo y termina en prisión, tiene problemas estomacales, tiene gases, se va quedando sordo, y tiene el peor pelo de la historia de la música; pero en lo que respecta a su música, siempre fue genial. ¿Siempre? Bueno, ¡no siempre!
Hoy quiero hablar de su Opus 91, “La Victoria de Wellington”, estrenada en Viena el 8 de diciembre de 1813, en el mismo concierto que su Séptima Sinfonía (que dejaremos para el mes que viene).
La obra “La Victoria de Wellington” tiene que ver con la derrota del ejército Napoleónico en la batalla de Vitoria, así que pongamos en contexto la relación de Beethoven con los franceses.
La Victoria de Wellington, Opus 91 (1813)
Ludwig van Beethoven (1770-1827)
Algo comentamos acerca de Beethoven y Bonaparte cuando nos referimos a la Tercera Sinfonía “Eroica”, pero para resumirlo, su relación con los franceses siempre fue ambigua. Admiraba, y se identificaba con, Bonaparte, porque se podía identificar con un provinciano marginal que había encabezado una revolución gracias a su esfuerzo y talento. Su admiración era tal que planeaba mudarse a París y jugaba con que lo llamaran Luigi. Por otro lado, los franceses habían invadido su ciudad de nacimiento (Bonn) y habían derrotado varias veces a los austríacos (Beethoven tuvo que soportar bombardeos franceses sobre Viena, y sus finanzas se vieron seriamente perjudicadas por la guerra).
Hay una escena genial que retrata a Beethoven y su relación con los franceses, traten de imaginarlo: El 2 de diciembre de 1805 tuvo lugar la batalla de Austerlitz, en la que Napoleón destrozó a los austríacos. Beethoven estaba viviendo como invitado en la residencia de verano de su patrono y benefactor, Príncipe Karl Lichnowsky en Opava (hoy República Checa), por entonces bajo ocupación francesa. El príncipe invitó a cenar a su palacio a varios oficiales franceses, incluyendo al general al mando de la ocupación, y les prometió que después de cenar, nada menos que el renombrado Ludwig van Beethoven tocaría para ellos. Uno puede pensar que debería haber consultado con el músico antes de comprometerlo, pero así son los príncipes, toman decisiones sin consultar con nadie.
Cuando se enteró, Beethoven enfureció. Se portó como un cretino durante toda la cena y cuando llegó el momento en el que debía tocar el piano, había desaparecido; no tocaría para los enemigos de su patria por adopción. Lo buscaron por todo el palacio, hasta que lo encontraron encerrado en una habitación. A través de la puerta, el príncipe trataba de convencerlo por las buenas, sin éxito. Entonces pidió que echaran la puerta abajo. En el tumulto que siguió, Beethoven intentó partirle una silla en la cabeza al príncipe.
Cuenta Maynard Solomon en su libro “Beethoven”:
El asunto culminó a fines de octubre o principios de noviembre de 1806, cuando Beethoven rechazó el pedido de Lichnowsky en el sentido de que ejecutase para un grupo de oficiales franceses en su propiedad rural de Silesia. Beethoven «se enojó́ y rehusó́ hacer lo que consideraba trabajo servil» y sobrevino una violenta confrontación. Es posible que esa vez el conde Oppersdorfi haya realizado su principal aporte al bienestar de Beethoven, pues separó a los dos combatientes, uno de los cuales «había tomado una silla y se disponía a romperla en la cabeza del príncipe Lichnowsky, que había ordenado forzar la puerta de la habitación en que Beethoven se había encerrado». Beethoven abandonó encolerizado la propiedad, regresó a Viena y arrojó al piso el busto de su protector. La ruptura personal pronto fue reparada -más aún, un año después Beethoven contempló la posibilidad de dedicar a Lichnowsky los Cuartetos para cuerdas opus 69- pero ahora la relación había adquirido otro sesgo. Durante los años siguientes Lichnowsky solía visitar a Beethoven en la habitación del músico y en silencio se sentaba y observaba trabajar a su protegido, y después partía con un breve «Adieu». A veces Beethoven lo echaba, y sin quejarse el príncipe descendía los tres tramos de escalera hasta la calle.
La Victoria de Wellington
Los años pasaron, y un día, Bonaparte cayó. Fueron tres fuertes caídas: en 1812 tuvo que retirar a sus tropas de Rusia; en junio de 1813 José Bonaparte perdió la batalla de Vitoria, y en octubre de 1813 fue derrotado en la batalla de Leipzig. Los vieneses estaban que explotaban de alegría, después de tantos años de sufrimiento, pero Beethoven atravesaba una etapa de profunda tristeza; acababa de separarse definitivamente de su amada, la legendaria Amada Inmortal, y estaba seco. Dice Maynard Solomon:
Hacia mediados de 1813 Beethoven había caído en un estado de desorden mental y físico que provocó la cesación de su productividad musical. Beethoven no escribió́ obras que tuviesen la más mínima importancia durante 1813. Por primera vez desde su adolescencia no estaba concibiendo ni contemplando seriamente proyectos nuevos.
Fue justo entonces cuando apareció el inventor y empresario Johann Nepomuk Mälzel con la idea de una nueva composición que celebrara la victoria de las tropas aliadas al mando de Arthur Wellesley, duque de Wellington, que determinó la retirada definitiva de las tropas Napoleónicas de España. Beethoven, feliz por la derrota del enemigo austríaco, crea La Victoria de Wellington en homenaje a los triunfadores.
Otra vez en palabras de Maynard Solomon:
Los principales músicos de Viena participaron en las ejecuciones de La victoria de Wellington: Hummel y Salieri tocaron los tambores y ejecutaron los cañoneos; Schuppanzigh dirigió́ los violines; y Sapor, Mesidor y veintenas de diferentes músicos se incorporaron a las festividades; de acuerdo con las palabras de Thayer, los músicos las vieron «como una estupenda broma musical, y se comprometieron en eso… como en una gigantesca diversión profesional». (…) Un periódico contemporáneo observó que el «aplauso alcanzó las alturas del éxtasis». Beethoven alcanzó bruscamente un plano de popularidad nacional, que nunca había experimentado antes, un nivel semejante al alcanzado por Haydn después de los estrenos de sus oratorios La creación y Las estaciones.
La Victoria de Wellington hizo de Beethoven una mega estrella de la noche a la mañana, pero después de unos pocos meses, una vez que los franceses y la guerra habían quedado atrás, todo fue cayendo en el olvido.
¿Qué pasó?
Seamos sinceros: la Victoria de Wellington no es la mejor obra que hayas escuchado. Es así: de un lado aparece el ejército inglés, nos damos cuenta por el tambor, y por la melodía británica, del otro lado llegan los franceses, y te das cuenta porque pasa lo mismo, pero con otra melodía… sí, francesas. Después están frente a frente y después… adivinaste, viene la batalla. Y así, todo muy predecible, tedioso, aburrido y trivial. No tiene ni profundidad ni metáfora.
Pero a los vieneses les encantó. Y a quienes la tocaron la pasaron muy bien. Beethoven, por su parte, podo salir de su depresión gracias a su arte. Todos contentos.
Pero suena a que Beethoven puso una franquicia de su arte. Puede ser que suene un poco a Beethoven, pero es como si alguien más estuviera siguiendo un libro de procedimientos, con las fórmulas más predecibles aplicadas al “formato batalla entre ingleses y franceses”. Y eso es todo.
En el jornal Cecilia, el influyente crítico Gottfried Weber escibió:
“¿Acaso no todos deseamos fervorosamente, el querido Beethoven y su arte inclusive, que muy pronto el olvido deje caer un velo expiatorio sobre la aberración de la musa de Beethoven, por haber profanado al objeto más glorificado?: ¿al arte, y a él mismo?”
Beethoven fue mucho más directo en su respuesta:
«¡Miserable canalla, mi m–rda es mejor que cualquier cosa que hayas pensado!«
Conclusiones
La popularidad de La Victoria de Wellington duró lo que duró el recuerdo de la guerra. Una vez que la gente volvió a la vida cotidiana, la obra no tenía ningún otro sustento artístico. Pero ojo, que nadie se confunda. ¿Qué es esta obligación de tener que componer para la posteridad? ¿Por qué no puedo crear “para satisfacer una necesidad transitoria”? ¿No fue el mismo Beethoven el “inventor” de la idea de componer para la posteridad? ¿No tiene derecho a salir por un rato de su propia prisión?
Entonces, sí, es verdad que La Victoria es “musicalmente” es una obra mala, pero también es cierto que fue muy efectiva en su tiempo y lugar. A nosotros, más de 200 años después y viviendo en otro continente, no nos afecta de la misma manera, pero debemos comprender el contexto.
Como cierre quiero destacar que muy lejos de devaluar a Beethoven, haber compuesto La Victoria…, lo hace más grande. Y tengo tres razones: primero, porque lo hace más grande que su propio arte, porque puede elegir salir y entrar a voluntad y según el contexto y la necesidad. Segundo, porque lo pone en perspectiva; la luna en el medio del cielo no parece tan grande como sobre el horizonte, necesitamos tener referencias, y La Victoria es una excelente referencia de lo que puede ser el arte de Beethoven cuando está vacío. Y tercero, porque lo acerca al resto del mundo, porque es un hombre que la está peleando, que se esfuerza, que vive, que puede escribir obras malas; pero atención, pudo haber escrito cientos de obras malas, pero no, compuso sólo una.
Nunca seremos el Beethoven de la Novena, pero en una de esas, algún día podemos aspirar a ser el Beethoven de La Victoria de Wellington.